Monkey Island Anthology

MIA

Esta semana pasada me llegó a casa un paquete de Limited Run Games. Si no hubiera sido por el e-mail de confirmación del envío, no hubiera recordado de qué se trataba, pues la pre-venta de esta edición de Monkey Island se abrió hace ya un año. Limitada a 7000 copias, esta edición se nos presentó como la definitiva de este serie de aventuras gráficas tan querida por los jugadores veteranos que ya empezamos a tener una edad.

Cuando Limited Run Games la anunció fui directo a su web y, en cuanto se pudo, la reservé. Es un caso literal del meme «Shut up and take my money». Son pocas las ocasiones en mi vida en las que ese meme se me ha podido aplicar, pero en este caso reconozco abiertamente que fui corriendo a echarles el dinero a la cara. Y es que hablar de Monkey Island es hablar de nostalgia. Aunque no me enorgullece reconocerlo, la nostalgia es uno de mis puntos débiles y casi siempre me la cuelan por ahí. Esta edición no iba a ser menos, sobre todo cuando su contenido está a la altura de lo que nos ha llegado. Veamos en qué consiste.

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En esta vista general vemos todo su contenido excepto las láminas con las portadas de cada juego que no me cabían en la exposición y mostraré más abajo. Los juegos se incluyen dentro de un USB con el título de LucasFilm Ltd. Dentro hay cargados The Secret of Monkey Island, Monkey Island 2: LeChuck’s Revenge, The Curse of Monkey Island, Escape from Monkey Island y Tales of Monkey Island. Diría que son todos los juegos que sacaron de la serie (tampoco me he puesto a investigarlo a día de hoy). De todos estos, solo el último tengo pendiente de jugar. A pesar de que no dudo de que todos son buenos, debo decir que para mí Monkey Island es principalmente el 1 y el 2 y considero que estos dos están por encima del resto.

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Aquí podemos ver el certificado de autenticidad (Arrr!thenticity) y la firma de Ron Gilbert, el padre de la saga. Estoy bastante contento porque mi edición es la 1530/7000. Sé que es una tontería, pero cuanto más cerca del 1, mejor. Encima vemos el Dial-A-Pirate que posiblemente muchos se preguntarán qué narices es eso. Pues bien, en una época lejana en que maravillas como esta cabían en un floppy disk de 1,44MB, una de las formas de combatir la piratería era mediante códigos que se requerían al iniciar el juego. En este caso se te pedía el nombre de una isla y una fecha de nacimiento de uno de esos piratas y tú debías girar el dial hasta dar con la combinación adecuada. El número que te salía era la «contraseña» para poder arrancar el juego. De tal forma que si no tenías esta información (porque quizás tuvieras una copia pirata) no podías jugar. Obviamente, el dial era fácilmente fotocopiable…

Arriba a la izquierda hay 3 pins: uno de Guybrush, otro de Elaine y otro de LeChuck. Todos con el estilo artístico del 3 (la serie fue evolucionando estéticamente, aunque mi estilo favorito es el de los primeros). Lo que hay abajo es, bueno… un spoilerazo del copón de Monkey Island 2 relacionado con su final (uno de los más locos que he visto en un videojuego). No diré más. Justo debajo está el USB con los juegos y el disquete. Ignoro si contendrá el primer juego. Me gustaría probarlo, pero ya no tengo a mi disposición ordenadores con ese tipo de lectores.

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Empezando por arriba, tenemos un pequeño mapa de Booty Island (MI2) que incluyó Limited Run Games como producto promocional (no forma parte de la colección). Abajo una chapa con el eslogan: «Ask me about Loom«, que es un guiño a uno de los piratas del primer Monkey Island que, al mismo tiempo, hace un guiño al juego original Loom de LucasArts. Lo de la derecha es un recopilatorio de 4 discos de la banda sonora de todos los juegos (melodías que 30 años después mi cabeza sigue rememorando de vez en cuando de forma totalmente aleatoria, sobre todo la del tema principal) y abajo una shadowbox de una de las escenas más emblemáticas del primero (tranquilos, Guybrush aguanta bajo el agua 10 minutos sin respirar).

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Estas son las dos figuras que incluye la edición; la calavera del mono (con un agujero circular para ponerle una vela encima de la cabeza) y Guybrush al estilo del tercer juego con el abrigo del segundo y el pollo de goma con polea del primero (no preguntéis). La colección también incluye un libro de arte que no he abierto todavía que puede verse en la primera foto detrás de la figura de Guybrush.

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Finalmente, esta imagen incluye todas las láminas que corresponden a las portadas de los juegos, desde el primero a la izquierda hasta el quinto a la derecha. Detrás de esas láminas se muestran los mapas de algunas islas (principalmente las del 2), al estilo de la tarjeta promocional de Limited Run Games que he enseñado antes con Booty Island.

Y hasta aquí esta increíble edición de uno de los juegos más importantes de mi vida. No sé si algún día los volveré a tocar (ya lo hice cuando sacaron las ediciones especiales para las consolas), pero al menos sí me gustaría re-jugar el 3 y 4 que los tengo muy olvidados y ver qué se hizo con el «Tales». Será cuestión de activarlos en mi Backloggery y dejar el resto a la Fortune Cookie, a ver si hay suerte 🙂

Nostalgia

No quiero despedir esta entrada sin comentar por qué Monkey Island fue tan importante para mí. Es una historia que ya he contado varias veces y que los que me conocen ya sabrán, pero hoy es un buen día para inmortalizarla en el blog.

Descubrí Monkey Island en casa de mi primo, cuando yo ni siquiera tenía ordenador todavía. Estaba en la isla Mêlée, al principio, y mi mente se encargó de registrar absolutamente todo lo que había que hacer en esa isla de noche perpetua. El hecho de que en Mêlée sea de noche es un detalle que siempre me marcó, no sabría decir muy bien por qué. Tiempo después, cuando mi padre adquirió un 486 (no existían los Pentium todavía), me hice con una copia del juego y pude disfrutar de la mejor aventura de piratas que he visto hasta la fecha. Lo recordaba todo, no sólo porque lo había memorizado, sino también porque había soñado varias veces con esa isla, en las posibilidades que ofrecía la aventura gráfica y todos los caminos que se podían explorar. Esa sensación indescriptible que produce un videojuego nuevo a punto de estrenar y que lo presionas entre tus manos sabiendo que contiene un universo entero para descubrir. Así vivía entonces los videojuegos y algo de eso queda todavía en mí cuando los juego a día de hoy.

Pero Monkey Island estaba muy por encima de lo que yo podía atisbar en ese momento. El mundo de los adultos aún me quedaba lejos y una gran parte de su humor e ingenio me pasaría desapercibido. No obstante, quizás de un modo inconsciente, sí me llegó su calidad. El cariño con el que se había creado, la inspiración que despertaba, el sueño que te planteaba y la inmensidad del mar inexplorado delante de ti. Los ordenadores me resultaban extraños, eran aparatos grandes y toscos, y funcionaban con un sistema operativo llamado MS-DOS que era de todo menos atractivo. Pero, de repente, la pantalla se llenó de colores. De repente, apareció una historia, un protagonista, y dependía de ti averiguar cómo acababa. Monkey Island no fue mi primer juego de PC, por esa época había tocado ya los famosos Lemmings, el Prince of Persia original, y también me había enamorado de las otras aventuras gráficas de LucasArts, principalmente de Indiana Jones and the Fate of Atlantis y Sam and Max. Pero eran juegos que siempre rascaba en casa de alguien, nunca llegué a tener ninguno de esos durante esa edad, porque el ordenador era, principalmente, una herramienta de trabajo.

Así que cuando ya crecí un poco más y Monkey Island volvió a cruzarse en mi camino, lo volví a jugar y entonces vi toda la grandeza que contenía. No era un mero pasatiempo, era un bálsamo refrescante para la inteligencia. No solo por sus ingeniosos puzzles, sino por el humor que desprendía por todos sus poros. Un humor inteligente que te enriquecía, que te ofrecía una experiencia gratificante y te transportaba directamente a la definición esencial de lo que es la diversión y la felicidad, pues en ese estado la mente se liberaba de todos los problemas y solo te dedicabas a disfrutar. Una diversión nacida de un ingenio puro e inocente, prácticamente ausente a día de hoy en el que la mayoría de los juegos son exclusivamente fines comerciales y se desarrollan teniendo en mente su fragmentación para poder sacar el máximo partido de cada una de sus partes. Esto eran obras de arte convertidas en videojuegos y se fabricaron en una época en el que las empresas se esforzaban a ofrecer juegos de calidad porque entendían que esa era la forma correcta, sana y enriquecedora de vender sus productos. Hace ya mucho de todo esto, tanto que casi parece pertenecer a un mundo distinto, donde el cliente era respetado y ganado mediante la calidad y no por la cantidad de basura que pudieras meterle en el cerebro hasta atrofiarlo y convertirlo en un robot de consumo carente de todo criterio.

A todos estos grandes creativos, a todos estos genios nacidos en el ocaso de una época dorada que fijaron la vista al sol poniente y usaron estos medios interactivos para ofrecernos un vistazo de los últimos rayos de luz que iluminaron sus mentes: muchas gracias; os estaré eternamente agradecido por hacer de la existencia horizontal algo que mereciera la pena disfrutar.

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